¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.

miércoles, 30 de enero de 2008

EL SECRETO DE MI ABUELO

Cuando era pequeña la mayor parte del tiempo lo pasaba en casa de mis abuelos maternos. La casa es el típico edifico antiguo de pueblo: una gran mole situada en el centro de la villa, con muros de blanquizca piedra caliza, grandes ventanales marrones de madera, balcones alargados desde los que ver las procesiones y portones con pesados llamadores de bronce.
La vivienda, una casona del siglo XVII, había pertenecido a una familia noble y el ambiente refinado todavía se podía respirar. Las paredes de las estancias están recubiertas de telas de colores, diferentes todas ellas, con cenefas que van rematando las uniones.
Mis abuelos conservan todavía algunos objetos antiguos de aquella familia noble. Unos candelabros de plata enormes que ocupan toda la chimenea de la sala principal, unas sillas renacentistas, un tapiz gigantesco, colocado en la escalera; y algo que a mí siempre me gustó: unas tinajas de barro cocido de las que mis primos y yo ya nos habíamos cerciorado que no contenían ni una ínfima gota de vino.

De la cocina os puedo decir que hay una especie de canal sin fondo que comenzaba debajo del fogón y en el que, por más que me asomaba y gritaba, ni se veía ni se escuchaba nada. Mi abuela tiraba por ese canal, de vez en cuando, la comida que sobraba. Nunca le pregunté por qué. Tampoco me interesó. Sería un contenedor de basura, pensaba.

El suelo es de madera de nogal ¡y cruje! No os podéis imaginar cómo cruje el maldito suelo por la noche. Los techos son altísimos y, a veces, si surge el silencio (cosa difícil en esta casa) se puede escuchar hasta el eco de un simple parpadeo. Cuando mis primos y yo jugábamos al escondite, siempre adivinábamos dónde estaba el otro porque el chirrido producido al mover una silla sonaba en las estancias colindantes y a mí me era muy fácil, después de haberme recorrido la casa de arriba abajo, saber de dónde provenía ese afortunado ruido.


La casa de mis abuelos, como todas casas de pueblo (y más de estas dimensiones), tiene también su patio y su cueva. El patio es descomunal. De pequeña jugaba a calcular cuántos elefantes cabrían en él y nunca conseguía dar con un número que me satisficiese porque todo se me hacía poco. Las paredes están encaladas. Mi abuela y mi madre siguen con la tradición de blanquearlas cuando va a llegar la primavera. Y la cueva, ¡ay la cueva!. De ella nadie quería hablar nunca.

Como siempre mis primos y yo corríamos casa arriba, casa abajo, vuelta en el patio... otra vez corriendo hacia arriba... y un día, maquinando ideas macabras, decidimos entrar en la cueva. El subterráneo es bastante grande. Nada que ver con una entrada por la que acceder agachado. No. En la de mis abuelos se podía celebrar hasta una boda.
Llevar a cabo nuestra recién ocurrida hazaña no era algo fácil si contamos con que había dos grandes tablones colocados verticalmente en la entrada, de unos dos metros de alto, y que nosotros teníamos ocho años. Mi abuelo, además, nos tenía terminantemente prohibido cualquier intento de asalto al subterráneo. Bajo ningún concepto podíamos hacer lo que un minuto después hicimos. Él decía que abajo había unos gases tóxicos que te hacían enfermar para siempre. Pero nosotros no le creíamos. Sabíamos que había algo más.

Y allí estábamos nosotros, intentando retirar entre los tres uno de los tablones. Cuando por fin conseguimos habilitar un pequeño hueco decidí que entraría yo, por ser la mayor y por ser a quién se le había ocurrido la idea. Con una linterna en cada mano empecé a descender las escaleras. Estaba muy oscuro y, cuanto más bajaba, más frío hacía. Las paredes eran de tierra rojiza y estaban llenas de telarañas. Los pasos retumbaban en el dichoso eco. Impaciente y, a la vez, un pelín temerosa, seguí bajando los escalones. Cuando había recorrido un tercio de la escalera empecé a notar un hedor húmedo, como si hubiese un animal muerto allí abajo, más insoportable cuánto más descendía. Yo había ido preparada y me até un pañuelo para cubrirme la nariz y la boca. Comencé a sentirme sola. Ahora ni siquiera se escuchaba nada de lo que mis primos estaban hablando pero, firme a mis instintos, seguí bajando la escalera que me llevaría a descubrir el secreto que mi abuelo guardaba en esa cueva.
De repente, escuché un ruido. O mis primos me habían seguido el rastro, (cosa difícil porque eran muy miedosos), o allí había alguien más. Pero yo seguí bajando. La escalera era cada vez más ancha y la temperatura había comenzado a subir. Pero el pestilente olor no desaparecía. Otra vez, escuché otro ruido. El instinto me llevó a alumbrar con las dos linternas hacía el frente. Algo se movió. Avance un paso más y me di cuenta de que acababa de pisar algo. Alumbré el suelo y vi, con asombro, un chorizo, unos trozos de pan que crujieron con mi pisada y un charco blanco. -¿No habíamos comido ese día cocido?- me pregunté. Y al levantar la cabeza una figura más pequeña que yo, erguida, cruzó ante mí, sin pararse, como un rayo.
El miedo me recorrió de pies a cabeza, como si hubiese metido los dedos en un enchufe y la corriente se estuviese repartiendo mis miembros. Al final, abandoné la operación.
Subí de dos en dos la escalera. Notaba que las piernas no me daban de sí. El camino de vuelta se me hizo eterno.

Al llegar arriba mis primos estaban asustados y acababan de llamar a mi abuelo. Me vio salir de la cueva. Él estaba pálido y, a la vez, enfurecido. No me preguntó por qué lo había hecho y menos me respondió cuando le pregunté qué había allá abajo. Tan solo se limitó a decir: -Está terminantemente prohibido bajar a la cueva-.
Después, nadie comentó nada de lo sucedido. Mi abuelo tapió la entrada con ladrillos y colocó encima una puerta de madera, vieja y pesada, con varios candados y cerrojos. Ahora sí era imposible entrar, aunque no se me volvió a pasar por la cabeza. Ni a mí ni a mis primos.

Nunca supe ni tampoco quiero saber qué es lo que vi allá abajo. Por lo menos ahora sabía a dónde iba a parar la comida que mi abuela tiraba por aquel canal sin fondo de debajo del fogón.

viernes, 25 de enero de 2008

El silencioso talento, brillar oscuro de la noche, me estremece de placer... Que me caiga la luna para apretarla y exprimir hasta la última gota de su esencia y calmarme la sed...

miércoles, 23 de enero de 2008

LA CAÍDA

Aquella mañana no era una mañana de invierno cualquiera. No llovía, ni hacía viento, ni había nubes... al contrarío; el sol lucía espléndido en lo alto del cielo, cual rey altivo que observa, por encima del hombro, lo que pasa allá abajo. Piaban los pájaros al son de los pasos de la muchedumbre. Y esto no era normal en el pueblo. Las calles del recorrido estaban abarrotadas de gente, expectantes. Esperaban algo, y ese algo estaba al llegar.

A lo lejos se distinguía un grupo, encabezado por tres niños vestidos de blanco portando velas. Ya se acercan. Era raro. Ahora no se escuchaba nada: ni los pájaros, ni el sol susurrar, ni a la gente murmullar... nada.

Al llegar a nuestra altura decidimos incorporarnos al grupo. Era una sensación extraña. Nadie comentaba nada, simplemente anduvimos, como perdidos y guiados a la vez por un señor vestido de morado. Todo era diferente.

Llegamos al jardín. La procesión terminaba allí, o eso creíamos nosotras. Teresa llegaba a su destino y, aunque ella ya no estaba entre nosotros, había hecho notar su presencia durante todo el recorrido del cortejo. Su sencillez, su dulzura y su templanza habían cambiado por completo la orden del día para que todos la recordásemos tal como fue: brillante, calmante e iluminadora.

Nos dimos cuenta de que Teresa estaba a las puertas del paraíso y nosotras, para darle el último adiós, nos subimos a uno de los escalones que prometía ser un futuro nicho. Todo el mundo se estaba despidiendo. Las rosas caían al compás que Teresa descendía.
Nos empinamos, sonó un crujido... perdimos el conocimiento.

Cuando me desperté tenía a mi amiga encima. María llevaba un corsé para corregir su espalda y uno de sus hierros se me estaba clavando en el estómago. Estábamos descentradas. Ahora escuchábamos gritos. Miramos hacia arriba y todo el mundo miraba, al revés que nosotras, hacia abajo. Allí estábamos, tendidas en el fondo de una tumba, una sobre otra, desorientadas sin saber qué pasaba. Y de repente nos entró el pánico. María empezó a hiperventilar y yo no sabía que hacer. Sólo gritar y gritar, aturdidas, pero gritar.

Al rato una escalera se introdujo en el hueco. Fue nuestra salvación. Solo queríamos salir de ahí. La gente nos preguntaba, pero ni María ni yo decíamos nada. Solo queríamos irnos a casa.
A Teresa no le gustaba ser el centro de atención, y esa mañana, lo había vuelto a conseguir. Había desviado todas las miradas hacia nosotras. Ella sólo quería descansar en paz.

Dos días después, María me contó que había soñado con que le enterraban viva. Fue angustioso. No volvimos a hablar del tema.

lunes, 21 de enero de 2008

AL FIN LIBRE

Tras este breve stop bloggero, vuelvo a mi sitio, que es el ordenador. Han sido 5 días solamente, pero cinco días muy intensos: diez horas sin poderte sentar nada más que una hora para comer. Todo el día fuera de casa y casi ni tiempo para mí. Me he dado cuenta de lo duro que es trabajar en algo que realmente no es lo tuyo. Aunque la feria ha dado para mucho: contactos para futuros trabajos, conversaciones en inglés, teléfonos de abogados, algún que otro ligue sin querer, visitas inesperadas como la de la infanta Elena, Álvarez del Manzano o Álvaro Muñoz Escasi... en fin... ha estado bien.



Ahora comienza lo bueno: días de examenes. Pero sobre todo de lo que tengo ganas es de empezar ya, por fin, mi curso de escritura. Este miércoles es mi primer clase (aunque debería ser ya la tercera). Todo lo que vaya escribiendo lo colgaré para que le echeis un vistacillo y me deis vuestra opinión.




Y creo que hoy no doy para más. Mi mente está cansada. Espero volver a mi blog asiduamente, porque esto sí que me gusta.




Os dejo la letra de la BSO de la peli "Tu la letra y yo la música". Quizás sea un pastelón, pero me gusta el sentimiento con el que se canta la canción. Es bonita y representa a muchas personas. Además, en ella sale Hugh Grant :-)




Hasta mañana




WAY BACK INTO LOVE




Ive been living with a shadow over head


Ive been sleepin with a cloud above my bed


Ive been lonely for so long


Trapped in the past, I just cant seem to move on




I've been hiding all my hopes and dreams away


Just incase I ever need them again someday


Ive been setting aside time,to clear a little space in the cornners of my mind






All I want to do is find a way back into love


I cant make it through without a way back into loveo






I've been watching but the stars refuse to shine


Ive been searching but I just dont see the signs


I know that its out there


Theres got to be something for my soul somewhere


I've been looking for someone to shed some light


Not just somebody to get me through the night


I could use some direction, and I'm open to your suggestions






All I want to do is find a way back into love


I cant make it through without a way back into love


and If I open my heart again


I guess Im hopin you'll be there for me in the end






There are moments when I dont know if its real


or if anybody feels the way I feel


I need inspiration, not just another negotiation






All I want to do is find a way back into love


I cant make it through without a way back into love


and If I open my heart to you


Im hopin you'll show me what to do


and if you help me to start again


you know that I'll be there for u in the end




lunes, 14 de enero de 2008

¡CÓMO SE ME PUEDE OLVIDAR UNA COSA ASÍ!

¡CÓMO SE ME OLVIDABA! ¡Que me voy a Nueva York! Muchos ya lo sabeis. Y también muchos ya me han felicitado.

Muchas gracias a todos. Gracias a los que me conocéis, por estar ahí y decirme que soy la mejor (aunque no sea así). Os quiero mucho.

Muchas gracias a los bloggeros que creyeron en mí, que, aun siendo contrincantes en el ring, apostaron por mí y me votaron.

Gracias a los que se interesan y entran en mi huequito en esta inmensa red de datos para ver que es lo que se cuece, y me saludan, y me comentan el post. Estoy loca por encender el ordenador y ver si alguien me ha escrito.

Muchas gracias a Atrápalo por el concurso (ha sido una muy buena iniciativa porque gente como yo, que no teníamos blog todavía, nos hemos lanzado al mundo de las letras de lleno) y sobre todo por el magnífico viaje a Nueva York. Nunca se me va a olvidar. Y también muchas gracias a la Escuela de Escritores, por hacer que crea en mí.

En fin, qué voy a decir. MUCHAS GRACIAS A TODOS.

HA SIDO UN PLACER.

LA SOMBRA DEL CAZADOR


Ayer estuve en el cine. ¿Que qué film fue el afortunado? La sombra del cazador, estrenada el pasado 4 de enero y protagonizada por el polifacético Richard Gere, Terrence Howard y Diane Kruger, entre otros. Una película que recomiendo ver, sin duda.

"El reportero de televisión Simon Hunt y el cámara Duck han trabajado en la zonas de guerra más candentes del mundo: desde Bosnia a Irak, desde Somalia a El Salvador. Juntos han esquivado balas, han enviado partes incisivos y han acumulado premios Emmy. Pero un fatídico día en un pequeño pueblo de Bosnia, todo cambia de repente. Durante una emisión en directo para la televisión nacional, Simon se derrumba. Como consecuencia Duck es ascendido y Simon simplemente desaparece..."

Y hasta aquí, paro de contar. Si quieres saber más, ve al cine. Allí vas a conocer gente, lugares y situaciones sin moverte de una confortable butaca. Además, será un granito de arena para impedir que se cierre una sala más.


La película, además de mostrar la dureza y crueldad de la guerra, es una protesta. Un alegato contra esas organizaciones que se hacen llamar mediadoras, liberadoras de pueblos oprimidos... contra las que no les conviene cazar a alimañas como Bin Laden. Contra esas. Contra las que guardan un as negro debajo de su manga.

Pobre soldadito de plomo, que se vuelve paja al boom de una mina.

miércoles, 9 de enero de 2008

LA VITA É

Cómo pasan los años. Parece que fue ayer cuando llegué a Madrid: sin conocer a nadie, sin saber cómo ni dónde se cogía un autobús, sin saber cómo iba a ser mi nueva vida en la universidad, cómo me iba a ir, si me iba a gustar, si no, si iba a tener muchos amigos... y ni imaginarme trabajar en tantas cosas como he hecho ya. Y ahora, estreno el 2008, con más cosas buenas que malas y pensando en que el tiempo corre veloz.

Desde los 18 el tiempo se empezó a acelerar como si tuviese prisa y yo, sin darme cuenta. A veces me da la sensación de que no aprovecho lo suficiente los momentos o las oportunidades. Cuando lo he vivido, me pregunto: ¿podría haberlo aprovechado más? ¿podría haber dado más de mí? Pero así es la vida. Incierta y a la vez, cierta como ella sola.

Pero en este último mes del año 2007, ya cerrado, me he dado cuenta de muchas cosas. Me he dado cuenta de que la gente tiene algo, siempre, más alla de lo que podemos ver a simple vista, o escuchar pacientemente. Me he dado cuenta de que las cosas no son como se pintan, no son blancas o negras. Las cosas pueden ser también grises y con matices, a veces deseados, a veces odiados.

También me he dado cuenta de que el destino juega un papel muy importante en nuestras vidas, un destino que todos tenemos marcado; y que todo no depende de la buena suerte de las personas. Me he dado cuenta que el trabajo nos hace maduros y que madurar nos hace, también, humanos.

De que no somos los únicos en el Mundo también me he dado cuenta, de que siempre habrá alguien que lo esté pasando peor que yo, que tenga menos que yo, que le quieran menos que a mi.

Me he dado cuenta de que las cosas no se aprecian hasta que no se está al límite o se pierden, de que un "lo siento" a tiempo es mejor que un lamento tardío.

Pero sobre todo me he dado cuenta de que la vida es lo más importante que tengo. Y si puede ser con salud, mejor. Pero la vida... sin vida no hay nada. Sin vida no hay errores, ni premios, ni lamentos, ni besos, ni lloros, ni risas...

Mi vida es vida, y quiero que sea con los demás.