¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.

viernes, 19 de septiembre de 2008

A alguien siempre le vendrá bien...

Acababa de subir a casa. Hacía calor, mucho calor y decidí abrir el balcón para que entrase la casi inexistente brisita de Madrid, típica del ecuador de agosto. Me tumbé en el sofá y encendí la televisión. Realmente no me apetecía, pero tampoco tenía sueño (es que últimamente me afecta el insomnio) así que decidí quedarme un rato para ver si conseguía amodorrarme.

Normalmente a esas horas en mi calle (a pesar de estar en pleno centro de Madrid es muy tranquila y silenciosa) no se escucha ni una rata, ni se ve a un alma, solo a los empleados que recogen la basura (qué haríamos sin ellos). Esa noche había alguien. Escuché como murmuraba y removía cosas, agitaba bolsas... al principio no me atreví a asomarme al balcón... pero lo hice. Allí abajo estaba ella, unos 30 años, extremada delgadez, pantalones vaqueros desgastados de campana, encima de estos una falda de tubo por la rodilla, camiseta de tirantes y el pelo recogido en un pequeño moño encima de la nuca. Era morena, con los ojos saltones y los pómulos muy marcados. Rebuscaba entre las bolsas con nerviosismo y hablaba sola. Repartía el material en varias bolsas, supongo que dependiendo de su utilidad, y clasificaba de una forma tan rápida y eficaz que apenas me daba tiempo a ver qué tenía entre las manos. Un gorro de lana rojo publicitando alguna marca, un llavero, una caja de zapatos, unos pendientes en su bolsita, una camiseta... papeles y más papeles que inspeccionaba, esos sí, detenidamente, por si de un cheque al portador se tratasen. Después cogió otra bolsa, la despedazó, pero allí no había nada interesante, solo eran restos de comida y papeles. La acera se había llenado, en un momento, de la basura que minutos antes estaba dentro del contenedor.
Por la esquina se acercaban unos chicos. Ella se asustó. Se sacudío las manos a la vez que peinaba su pelo. Cogió sus bolsas, aquellas que había llenado de cosas "útiles", y se marchó nerviosa, mirando hacia atrás por si alguien le perseguía. No la he vuelto a ver.
A veces pienso si debería dejar, al lado del contenedor (no dentro), algunas cosas que tengo en el armario y que me da pena tirar, pero que ya no uso, por si ella vuelve y le sirve como le sirvieron aquellos pendientes que me regalaron en una agencia a la que fui a hacer una entrevista, o ese gorro de lana rojo con que me obsequiaron cuando me inscribí en el gimnasio, o la camiseta desteñida con lejía, o la caja de los zapatos que acababa de comprar por la mañana... Cosas que a mi no me importan, al revés, que me estorban, y a las que ella habría sacado un uso que yo nunca hubiera dado.
Somos afortunados

jueves, 4 de septiembre de 2008

AL FIN Y AL CABO...

Ya echaba de menos esto. En junio abandoné (queriendo involuntariamente). Quizá por los exámenes, quizá porque el calor me volvió vaga, quizá porque se me terminaron las ideas... Mi cerebro, al revés que los osos, hiberna en verano. Se vuelvo insuso, poco original y demasiado "viva la pepa". El verano apaga mis instintos deportivos y literarios. Qué le voy a hacer.
Pero ya estoy aquí, de nuevo. La verdad es que me han pasado muchas cosas, de algunas casi ni me acuerdo, y otras están por pasarme todavía. Eso sí, ha habido un hecho muy importante, un cambio que llevaba tiempo esperando. Era la tercera vez que lo intentaba. ME HE DAJADO DE COMER LAS UÑAS. Para mí esto es como el que deja de fumar. Al principio cuesta, cuando crecen un milímetro están blandas y se doblan, y por no morder las ensalibas... y por no morder se te cuece el dedo... pero por fin me las puedo pintar. Me cuesta quitarme las lentillas y mis yemas de los dedos apenas llegan a las teclas del ordenador. Pero merece la pena, sí, mucho.
En julio empecé mi beca como correctora en El Mundo. Y hoy todavía sigo aquí, a estar horas. A ver lo que dura. Me tuve que quedar en Madrid. Sí, llevo aquí todo el verano. Menos mal que este año el asfalto no llegaba a derretir mis sandalias. Pero ha sido aburrido.
Ahora espero con ansias mi viaje a Nuevo York, gracias a este blog, a Atrapalo. com y a la Escuela de Escritores. Y en noviembre, a Frankfurt y a Toronto. El aburrimiento del verano se verá compensado.
Ahora me marcho a casa, a dormir. Mañana será otro día. Mañana habrá más historias.