¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.

viernes, 19 de septiembre de 2008

A alguien siempre le vendrá bien...

Acababa de subir a casa. Hacía calor, mucho calor y decidí abrir el balcón para que entrase la casi inexistente brisita de Madrid, típica del ecuador de agosto. Me tumbé en el sofá y encendí la televisión. Realmente no me apetecía, pero tampoco tenía sueño (es que últimamente me afecta el insomnio) así que decidí quedarme un rato para ver si conseguía amodorrarme.

Normalmente a esas horas en mi calle (a pesar de estar en pleno centro de Madrid es muy tranquila y silenciosa) no se escucha ni una rata, ni se ve a un alma, solo a los empleados que recogen la basura (qué haríamos sin ellos). Esa noche había alguien. Escuché como murmuraba y removía cosas, agitaba bolsas... al principio no me atreví a asomarme al balcón... pero lo hice. Allí abajo estaba ella, unos 30 años, extremada delgadez, pantalones vaqueros desgastados de campana, encima de estos una falda de tubo por la rodilla, camiseta de tirantes y el pelo recogido en un pequeño moño encima de la nuca. Era morena, con los ojos saltones y los pómulos muy marcados. Rebuscaba entre las bolsas con nerviosismo y hablaba sola. Repartía el material en varias bolsas, supongo que dependiendo de su utilidad, y clasificaba de una forma tan rápida y eficaz que apenas me daba tiempo a ver qué tenía entre las manos. Un gorro de lana rojo publicitando alguna marca, un llavero, una caja de zapatos, unos pendientes en su bolsita, una camiseta... papeles y más papeles que inspeccionaba, esos sí, detenidamente, por si de un cheque al portador se tratasen. Después cogió otra bolsa, la despedazó, pero allí no había nada interesante, solo eran restos de comida y papeles. La acera se había llenado, en un momento, de la basura que minutos antes estaba dentro del contenedor.
Por la esquina se acercaban unos chicos. Ella se asustó. Se sacudío las manos a la vez que peinaba su pelo. Cogió sus bolsas, aquellas que había llenado de cosas "útiles", y se marchó nerviosa, mirando hacia atrás por si alguien le perseguía. No la he vuelto a ver.
A veces pienso si debería dejar, al lado del contenedor (no dentro), algunas cosas que tengo en el armario y que me da pena tirar, pero que ya no uso, por si ella vuelve y le sirve como le sirvieron aquellos pendientes que me regalaron en una agencia a la que fui a hacer una entrevista, o ese gorro de lana rojo con que me obsequiaron cuando me inscribí en el gimnasio, o la camiseta desteñida con lejía, o la caja de los zapatos que acababa de comprar por la mañana... Cosas que a mi no me importan, al revés, que me estorban, y a las que ella habría sacado un uso que yo nunca hubiera dado.
Somos afortunados

jueves, 4 de septiembre de 2008

AL FIN Y AL CABO...

Ya echaba de menos esto. En junio abandoné (queriendo involuntariamente). Quizá por los exámenes, quizá porque el calor me volvió vaga, quizá porque se me terminaron las ideas... Mi cerebro, al revés que los osos, hiberna en verano. Se vuelvo insuso, poco original y demasiado "viva la pepa". El verano apaga mis instintos deportivos y literarios. Qué le voy a hacer.
Pero ya estoy aquí, de nuevo. La verdad es que me han pasado muchas cosas, de algunas casi ni me acuerdo, y otras están por pasarme todavía. Eso sí, ha habido un hecho muy importante, un cambio que llevaba tiempo esperando. Era la tercera vez que lo intentaba. ME HE DAJADO DE COMER LAS UÑAS. Para mí esto es como el que deja de fumar. Al principio cuesta, cuando crecen un milímetro están blandas y se doblan, y por no morder las ensalibas... y por no morder se te cuece el dedo... pero por fin me las puedo pintar. Me cuesta quitarme las lentillas y mis yemas de los dedos apenas llegan a las teclas del ordenador. Pero merece la pena, sí, mucho.
En julio empecé mi beca como correctora en El Mundo. Y hoy todavía sigo aquí, a estar horas. A ver lo que dura. Me tuve que quedar en Madrid. Sí, llevo aquí todo el verano. Menos mal que este año el asfalto no llegaba a derretir mis sandalias. Pero ha sido aburrido.
Ahora espero con ansias mi viaje a Nuevo York, gracias a este blog, a Atrapalo. com y a la Escuela de Escritores. Y en noviembre, a Frankfurt y a Toronto. El aburrimiento del verano se verá compensado.
Ahora me marcho a casa, a dormir. Mañana será otro día. Mañana habrá más historias.

miércoles, 18 de junio de 2008

LAS HAZAÑAS DEL ABUELO DE MI AMIGA

CAPÍTULO 1
CUANDO FUE AL CORRAL A DAR DE COMER A LOS PERROS

El abuelo de mi amiga (en adelante, el abuelo) vive con sus hijos, sus nueras y sus cuatro nietos. Digo viven porque las dos casas están juntas y el abuelo cambia de casa cada dos meses. Para él, cambiar de casa es... como irse de vacaciones: cama nueva, baño nuevo, comida hecha de diferente forma...

El abuelo es alto, con poco pelo y lleva una garrotita. Tiene la voz muy grave y... bastante potente. Todos los domingos se levanta y, lo primero que hace, es dar la paga a sus nietos. Es el único gasto que tiene. Bueno no, también compra las almohadillas para sujetar su dentadura postiza. Aun siendo las dos únicas cosas en las que el abuelo gasta una ínfima parte de su pensión, parte en trocitos las almohadillas, como si de celofán se tratase, y los va poniendo separaditos, más o menos a la misma distancia, por toda la base de la dendatura. Sus nietos le regañan pero él no dice nada. En el fondo lo hará por ahorrar y, así, poder dejarles una herencia mayor... pensará el abuelo. Como lleva trozo sí y trozo no pegado, cuando come chascarrea su dentadura. Parece que tiene un coro de castañuelas en su boca. A él le da igual. Todo sea por la herencia...
Una tarde de verano, sí, una de esas en las que el asfalto echa humo y las chancletas se derriten de camino a la piscina, el abuelo de mi amiga decidió que tenía que ir a dar de comer a los perros. Cogió su garrotita y su cubo con pan duro y agua y enfiló la calle. -Este hombre, ¿no tendrá calor? ¡Pero si le va a dar una lipotimia!- le gruñía una de las nueras.
Cuando llegó al corral allí estaban los perros, en un rincón, a la sombra de un almendro. Normalmente cuando alguien llegaba al corral se volvían locos de contentos. Pero esta vez no. No porque fuera el abuelo, sino porque tenían tal soñera encima que ni el más delicioso de los manjares les hacía moverse.
Pero allí estaba el abuelo, dispuesto a mover al grupo de chuchos para darles de comer... a la fuerza. Y al agacharse para darles el cubo con el pan y el agua, se cayó de su boca la dentadura, con tal mala suerte de que uno de los perdigueros confundió la pieza dental con el pan, y quiso él también llevar una dentadura postiza. Total, que el perro terminó mordiendo la prótesis. Cuando el abuelo la rescató de la boca del perro estaba hecho dos trozos. Pero el no se preocupó.
Después de dar la comida a los caniches se marchó de vuelta a casa con su dentadura rota en el bolsillo. Cuando llegó la limpió con lavavajillas y la pegó con pegamento y... voilá! a la boca! que es de donde no debería haber salido!
El abuelo de a mi amiga tenía unas cosas....

martes, 10 de junio de 2008

LA SORPRESA DE LA PRINCESA

Había sido una noche fabulosa. Maricienta había encontrado a su príncipe azul. Aquel brazalete que la mama madrina le prestó le había traído suerte. Él era más rubio que un querubín, con los ojos más azules que el cielo despejado de primavera, con su metro ochenta... Ella, una rubia de ojos verdes, tez rosada, metro ochenta y minitalla. Entre el aire que separaba ambos pechos se podía palpar la simbiosis.

Pero era tarde, ya tocaban las 12 campanadas en la torre de palacio y el hechizo no tardaría en romperse. Así que Maricienta salió corriendo, sin despedirse, dejando caer atrás aquel brazalete tan mágico. Antes de que llegara a la carroza, el joven galán, que había encontrado caída en el suelo la joya de la suerte, alcanzó a la bella chica para colocarle la pulsera sobre su rosada muñeca, le quitó el guante y... pero hubo algo que le hizo gritar de de dolor, o, mejor dicho, de asco. Un enorme lunar color tierra mojada manchaba toda la mano de la chica. Y lo peor: estaba poblado de pelo! Unos pelos tan negros y largos que podían trenzarse! Unos pelos que pedían a gritos una depilación por laser en Corporación Dermoestética! Nunca había visto nada igual. Dónde había quedado esa piel rosada, ese pelo color dorado?...

ESTÁ CLARO QUE NO ES ORO TODO LO QUE RELUCE.

jueves, 22 de mayo de 2008

CÓMO SE COCINA UN PERIÓDICO: EL PAÍS


Más de dos mil metros cuadrados de espacio, máquinas gigantescas, tonelada y media de rulo de aluminio, ordenadores, cámaras, tintas, 3000 bobinas de papel…ingredientes que no pueden faltar en la elaboración de un plato tan suculento como es el diario El País.


¿Alguna vez ha pensado en qué ocurre en las rotativas de un periódico de tirada nacional antes de que el diario esté entre sus manos? El País nos muestra el proceso desde que la información llega a redacción hasta que podemos leer tranquilamente en el sofá de casa, en el metro, en el trabajo… unas hojas que todavía huelen a tinta de imprenta. Un proceso que, a lo largo de la historia, ha sufrido cambios, y, como el buen vino, ha mejorado con los años.


No podía imaginar Gutenberg, cuando en 1440 rescató el invento de la imprenta (no hay que olvidar que primeramente fue creada, a base de tipos móviles, por los chinos en el año 960, durante el periodo de los Song) que algo tan básico como una prensa de uva y letras sueltas de hierro fundido fueran la causa de que textos tan importantes como la Biblia pudiesen ser leídos por todo el mundo. Y menos podía pensar que seiscientos años después, su presunto invento evolucionase hasta tal punto de que un periódico nacional, como es El País, lanzase una tirada de más de 600.000 ejemplares diarios. Algo inimaginable en aquella época.


La forma de impresión ha cambiado mucho a lo largo de todos estos cientos de años. Conforme el hombre se hacía más independiente, iba desarrollando nuevas técnicas con las que perfeccionar las publicaciones. La xilografía o impresión en relieve, la tipografía en frío o fotopolímetros, la litografía… todas han sido utilizadas para hacer llegar al lector la información del día a día.


El País, en sus rotativas, utiliza la técnica “offset”, descendiente contemporáneo de la impresión tipográfica plana o litografía. A esta última se le llamó así porque las superficies con las que se imprime en el papel son planas. Además, es una forma económica y de alto rendimiento.


La técnica “offset”, al igual que la litografía, utiliza placas con superficie plana. Es conocida también como sistema planográfico porque la imagen a imprimir está al mismo nivel que el resto de los elementos. Las planchas suelen ser de aluminio y están fijadas a cilindros de la propia rotativa. El País guarda en su almacén tonelada y media de rulos de aluminio.


Cada una estas planchas es de un color diferente, dependiendo del tono con el que se quiera imprimir la información. En el caso de las fotografías, las planchas suelen portar cuatro colores principales: cyan, amarillo, magenta y negro. Con ellas se conseguirá el matiz exacto de los gráficos, a base de realizar varias pasadas de estas planchas sobre el papel a imprimir.


Para que la plancha metálica se pueda impregnar en tinta, solamente en las partes donde existe imagen, la superficie se somete a un proceso fotoquímico, mediante el cual se tratan las partes donde debe colocarse el color. Primero se pasa por el agua y luego por la tinta. Al ser ésta un compuesto graso, será repelida por el agua y solamente se depositará en las partes tratadas (donde aparecerá el texto o la imagen). Llegados a este punto, las partes tratadas se transfieren a unos rodillos de caucho, los cuales inmediatamente se pondrán en contacto con el papel, ayudado por un cilindro de contrapresión, y producirán el ansiado pliego de periódico.


Las impresoras offset de El País usan sistemas computarizados a la plancha de impresión en lugar de los antiguos, que lo hacían a la película, incrementando aún más su calidad.


Hoy día, esta técnica es la que se utiliza en grandes tiradas ya que es la más rápida, económica y de mejor calidad. Además no se necesita apenas mano de obra. En El País es solamente una persona la encargada de poner en marcha tan complicada maquinaria.


¿Y el papel? ¿Qué se puede decir del papel que soporta el tesoro de las letras? Antes se traía de los países nórdicos, pero ahora se produce en España. Parece ser que tenemos más árboles y, además, nos hemos vuelto más ecológicos, porque, el papel que se utiliza, es reciclado. Tres mil bobinas abarrotan los hangares de las rotativas de El País, una de las materias primas principales para la producción del necesario sustento informativo. De cada bobina o rulo se llegan a obtener ocho mil periódicos.


Hoy, cualquier persona puede visitar las instalaciones y rotativas de un periódico. Los institutos son los que más acuden a estas visitas. Los chicos observan, ríen… pero sobre todo se preguntan que dónde están los periodistas a las 12 de la mañana, porque las redacciones están vacías. Y es que sin los periodistas, no tendríamos periódico. A esas horas de la mañana están a la caza de la información, porque también forman parte de la enorme maquinaria rotativa que da vida a las noticias. Sin ellos, el offset sería inútil.

viernes, 9 de mayo de 2008

CEMENTERIOS DE URANIO BAJO NUESTRO JARDÍN

Hoy día los polos se están derritiendo, la temperatura sube sin contemplaciones y cada vez tenemos menos agua en nuestros ríos. Parece ser que no estamos cumpliendo con el Protocolo de Kioto. ¿Es la energía nuclear una solución para nuestros problemas medioambientales?

A lo largo de la historia se han utilizado muchos tipos de energía. El origen de todas: el fuego en la Prehistoria, hace cuatrocientos mil años, cuando solamente con frotar un palito hallaban lo que les serviría para calentar la caverna o asar animales para el sustento diario. Le sucedió el carbón vegetal, que elevaba aun más la temperatura del fuego, hasta permitir a los hombres obtener y trabajar el cobre y el hierro.

Fue en el siglo XIX con las Revoluciones Industriales cuando apareció el elemento de la discordia: el combustible fósil, carbón mineral y petróleo, como fuente de energía para las centrales térmicas, principio de preocupaciones y fin de la tranquilidad ambiental y económica.

La necesidad de encontrar nuevas alternativas energéticas llevaron a los investigadores a crea la energía hidroeléctrica, y con ella sus centrales. Hoy día todavía existen estos medios, como la central térmica de la Aceca (Toledo) o la central hidroeléctrica de Cedillo (Cáceres).

Una nueva alternativa: la energía nuclear.

Con la II Guerra Mundial se aceleraron los trabajos de investigación nuclear, una nueva energía que venía a sustituir al petróleo y, lo más importante, no produce emisiones de CO2. Su presentación fue mundial con el lanzamiento de la primera bomba atómica en agosto de 1945 sobre la ciudad de Hiroshima.

Todavía hay gente que piensa que la energía nuclear solo sirve para fabricar bombas y demás armas , pero lo cierto es que también se le ha dado aplicaciones benéficas favorables a nuestra calidad de vida.

Este tipo de energía es aquella que se libera como resultado de una reacción nuclear. Se puede obtener por el proceso de Fisión (división de núcleos atómicos pesados). En las reacciones nucleares se libera una gran cantidad de energía debido a que, parte de la masa de las partículas involucradas en el proceso, se transforma directamente en energía. Una reacción nuclear es un millar de veces más energética que una reacción química, es decir, produce más energía que la generada por un combustible fósil (petróleo, carbón, metano…).

El reactor nuclear, las turbinas, los calentadores, el condensador y la torre de refrigeración son los órganos principales de este tipo de centrales. El reactor es la parte más importante, porque es ahí donde se genera la energía a partir de la fisión de los átomos. La seguridad es extrema.
El uranio y el plutonio, elementos radioactivos, son el combustible necesario para que el proceso pueda llevarse a cabo.

Según el Programa Nuclear Español, existen tres generaciones diferenciadas de centrales nucleares. Las de primera generación, proyectadas a comienzos de la década de los 60; la segunda generación, proyectada a comienzos de los 70, cuyo objetivo era entrar en funcionamiento a finales de esa misma época; y la tercera generación, cuya construcción fue autorizada con posterioridad a la aprobación del Plan Energético Nacional en julio de 1979.


El panorama nuclear en el mundo.

En España existen actualmente nueve centrales nucleares: Almaraz I- II (Cáceres), Cofrentes (Valencia), José Cabrera (Guadalajara), Trillo (Guadalajara), Santa María de Garoña (Burgos), Ascó I- II (Tarragona) y Vandellós II (Tarragona). Estas cifras son insignificantes, si las comparamos con las 442 centrales instaladas en el mundo, que aseguran el 24% de la producción de electricidad de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Las nueve centrales españolas que están operativas producen la cuarta parte del consumo eléctrico, mientras que en Francia, por ejemplo, este porcentaje llega al 80% con sus 59 nucleares.

El VI Plan General de Residuos Radioactivos (en adelante VI PGRR) considera la alternativa del desmantelamiento total de todas las centrales nucleares españolas que funcionan actualmente, una vez se haya cumplido su vida útil.

Final de una central nuclear, principio de un problema: soluciones.

Las centrales nucleares tienen ciclos de vida, es decir, funcionan únicamente cuarenta años. Durante este tiempo, las ventajas son máximas y los riesgos de contaminación nuclear mínimos. El problema aparece cuando la vida de la central termina y hay que desmantelar las instalaciones y albergar los residuos en un lugar seguro, libre de escapes radioactivos.

El desmantelamiento de la central se produce tres años después de su cierre total. Es aquí cuando sobrevienen los problemas por los intereses medioambientales. ¿Que hacer con las barras de uranio, residuo del combustible? Pero no solo el uranio o el plutonio utilizado en el proceso son contaminantes: pomos de puertas, uniformes de trabajadores, tubos, grifos… todo es altamente radioactivos.

España envió combustible gastado de algunas de sus centrales nucleares a reprocesar a Francia y a Reino Unido, pero su coste es muy elevado y conlleva el problema del retorno de los residuos sobrantes y otros materiales derivados del tratamiento.

Nuestro país cuenta con un Almacén Centralizado de residuos de baja y media actividad (ej. material de radioterapia). Es El Cabril, al nordeste de la provincia de Córdoba. Tiene capacidad para cubrir las necesidades de almacenamiento de residuos radiactivos de España hasta la segunda década del siglo XXI.

El VI PGRR, realizado por la Empresa Nacional de Residuos (ENRESA) propone la creación de un nuevo Almacén Centralizado antes de 2011 para el combustible gastado y los residuos de alta actividad (procedentes de centrales nucleares) generados en España. Pero este método solo es una medida temporal. La forma definitiva de almacenamiento es el enterramiento de los residuos radioactivos a gran profundidad, en la corteza terrestre. Esta medida ya se ha llevado a cabo en el centro SFR de Suecia y en las instalaciones de las minas Konrad y Asse en Alemania.

El tiempo que tarda en aflorar a la superficie una partícula radiactiva es mayor que su periodo de vida, llegando a desintegrarse antes de producir la contaminación. Por ello, sería posible tener enterrados bajo nuestro jardín, a miles de metros de profundidad, toneladas de material radioactivo sin dañar ni la salud ni el medio ambiente.

Habría que plantearse entonces si el lema “Nucleares no, gracias”, originado en la década de los 70, puede acomodarse al momento biológico, terrestre, ecológico, vital, económico y social que nos ha tocado vivir. Juzguen, y, sobre todo, infórmense ustedes mismos.

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REPORTAJE DE COSECHA PROPIA. YA QUE TODAVÍA NO ME PUBLICAN EN MEDIOS DE COMUNICACIÓN, SACO PARTIDO A MI BLOG, QUE PARA ESO ES MÍO.


lunes, 21 de abril de 2008

DEL DÍA DEL SILENCIO

Quiero verte en los silencios
como si no fueras nada.

Quiero oírte en los paisajes
como se te lleva el viento.

Quiero ser yo como antes
reflejo de mis espejos.

Quiero que en otra noche
estén ya tus manos muertas.

Y es que, respirando el mismo aire
por un segundo compuesto,
ralo, denso,
me di cuenta sin quererlo
de la lentitud del movimiento.

A pequeño pensamiento reducido,
en la cueva pétrea y gris de mi cerebro,
como remoto recuerdo
quedas lejos muy lejos.

Si no porque eres triste,
será porque te quiero.



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Un día conocía a alguien que no aparentaba ser lo que era ni era lo que aparentaba ser. Alguien que guarda mucho. De él es esta poesía. Guillermo (aunque me suene raro llamarte así). Lo prometido es deuda. Espero que te guste la musica de fondo.

lunes, 7 de abril de 2008

Unos labios

Me siento, temblando, al roce de tus labios. Temblando de amor.

Son como el tacto aterciopelado de las nubes, el sentido templado del sol en las tardes de primavera, recorriendo mi piel, hasta el último rincón de tu templo.

Es una vista hacia el mar, el sonido de sus olas que acarician mis oidos, como una caracola en pleno invierno.

Como la textura de la espuma, que es la sangre que baña la playa, dibujando en la arena tu nombre.

Es como mi sentido que, por tus labios busca la suavidad de la rosa, la plenitud del sándalo cubierto de rocío al amanecer...


Pero cuando el rechazo separa nuestras bocas, me inundo de la aspereza de la espiga, el dolor de la espina, ya no rosa.


Y caigo en la sangre de la mar que borra tu nombre y lo convierte en nada.

jueves, 13 de marzo de 2008

El cambio

Llovía a cántaros. Hacía tiempo que no caía agua de esa forma tan bruta. Las gotas gigantescas golpeaban los cristales y parecía que de un momento a otro se iban a romper en pedazos. Los rayos de la tormenta iluminaban mi dormitorio y creaban sombras acechantes entre las cortinas.
Era irónico. La última vez que vi llover estaba entre sus brazos. Me apretaba con fuerza mientras hacíamos el amor a la luz de los rayos celosos de aquel último diluvio. Pero de eso ya hacía meses. Se había empeñado en que debíamos formalizar nuestra relación. ¡Y de qué manera! Decía que a mi lado se le había despertado el instinto paternal. Pero a mí todavía me quedaba mucho camino por recorrer. Tener hijos no entraba dentro de mis planes. Así que me dejó. Supongo que aquel día se marchó en busca de su mamá ideal.

De repente sonó el timbre. Me levanté de la cama y fui a abrir. Acerqué mi ojo a la mirilla, pero no vi a nadie. Entreabrí la puerta y, para mi sorpresa, encontré un pequeño envoltorio de mantas en el escalón. ¡Era un bebé! Parecía que la lluvia se estaba dedicando a marcar las etapas de mi vida.

lunes, 18 de febrero de 2008

EL RUIDO

El ruido. Magnate del aire que turba los sentidos.
Estruendo de risa que hace vibrar los hilos de un suspiro.
Hipnotizador de dulces serpientes que abordan el oasis de los sueños.
El ruido, tan dulce como la hiel, tan amargo como la piel de la vida.
El ruido, savia que corre por las venas de un espacio macizo
que salpica los pasos de un recuerdo falso.
El ruido, fragancia de un amor que tatuó besos.
Hacha de guerra que grita al compás del melódico llanto de un niño.
Capricho del mundo que enreda los filos del día.
El ruido... el ruido.

miércoles, 13 de febrero de 2008


No hay nada en el mundo tan voluble como el hombre

EL SECRETO DE MI ABUELO II

Cuando éramos pequeños, mis primos y yo pasábamos mucho tiempo en la casa de mis abuelos. Viven en un enorme caserón viejo, de esos que tienen paredes de tierra rojiza forradas de tela, unas rejas de forja enormes, pisos recargados de dibujos florales y habitaciones gigantes. Tan gigantes que, en invierno, por mucho que te arropes con ocho mantas, sigues teniendo frío. Los colchones son de lana. Los abuelos están tan acostumbrados a vivir así que no se quejan, pero después de dormir con un simple pijama de tela y un solo edredón, en colchón Flex, todo se te hace un mundo. A mi primo y a mí lo único que nos gustaba de estas camas era saltar encima, porque tienen unos somieres de muelles tan gordos que ni un elefante podría romperlos.

Mi prima decía que la casa había pertenecido a una familia noble del s. XVII. Pero es que ella era "Antoñita la Fantástica”. Para ella la casa de mis abuelos guardaba secretos en sus paredes y decía que, por la noche, cuando todo estaba en silencio y la madera de los muebles crujía, estos entablaban conversaciones y comentaban lo que había pasado en la casa a lo largo del día.

¡Cómo nos gustaba reírnos de mi prima! Casi todos los días jugábamos al escondite mi primo Pepe, ella y yo. Imagínate jugar al escondite en una casa con más de veinte habitaciones. Como en ellas se podía escuchar el eco de los ruidos, Pepe y yo engañábamos a “Antoñita”. Ella se creía muy lista y decía que nos encontraba a la primera. Pero de eso nada. Sabíamos que, si movíamos un mueble en una habitación ella iría corriendo allí, y, en ese tiempo, aprovechábamos para salvarnos. Ella se enfadaba porque decía que hacíamos trampa y perjuraba mil veces que no volvería a jugar más con nosotros. Pero siempre lo volvía a hacer, y siempre le volvíamos a engañar.

La casa de mis abuelos, además tenía corral enorme donde mi abuelo criaba gallinas, conejos y, en Navidad, un corderito. Mi prima siempre le llamaba Bambi. No sé por qué, porque Bambi era un ciervo. Creo que no había visto la película y, como era “Antoñita la Fantástica” se la inventaba en su cabeza y cambiaba al pobre ciervo huerfanito por un corderito a punto de ser devorado entre veinte hambrientos humanos en Nochebuena.
La cueva si que le llamaba la atención a mi prima. Llevaba años intentando asaltar el subterráneo. Nosotros le ayudábamos porque también sentíamos curiosidad de ver lo que había allí abajo. Aunque mi abuelo nos había dicho que era peligroso porque era muy honda y, a veces, se desprendían gases tóxicos. El abuelo siempre nos frustraba el intento porque nos pillaba manos a la obra.

“Antoñita” llevaba mucho tiempo sin intentarlo ya y, un día, comiendo, me hacía señas. Cuando mi abuela y mi madre fregaban los cacharros me dijo que el abuelo se marchaba al campo y que aprovechásemos para bajar a la cueva. Nosotros le seguimos la corriente, aunque decidimos que, por si ocurría algo de verdad, se lo contaríamos al abuelo. Él entonces planeó algo para dar un escarmiento a su nieta la exploradora. Era incluso más travieso que nosotros. El plan era el siguiente: ayudaríamos a bajar a mi prima, ya que, según ella, era la mayor, la más inteligente y a la que menos miedo le daban los fantasmas. Nosotros mientras empapábamos de misterio el asunto metiéndole miedo. Pero en el tema de la cueva, era implacable.

Comenzamos la expedición. Cuando mi prima había recorrido ya la mitad de las escaleras, mi abuelo llegó y nos condujo a una puerta que era un atajo al fondo de la cueva. ¡Sí que guardaba secretos la casa! Por eso ella no escuchaba nuestras voces. Ya no estábamos arriba, sino abajo. Una vez en el fondo hicimos pequeños ruidos para asustarla. Estaba lleno de gatos. Mi abuelo les alimentaba con las sobras de la comida y, para no tener que bajar todos los días, lo tiraba por un canal que iba desde la cocina al fondo de la cueva. Allí se pueden reunir más de 30 gatos de todo el pueblo. Es que mi abuela hace una comida muy rica.
Decidimos que, si tirábamos la comida en ese momento a ella le aterraría aún más y pensaría, como era tan fantástica, que allí abajo había alguien a quien alimentar: un hermano malformado de nuestras madres ( como Cuasimodo) o una alimaña secreta que mi abuelo escondía.
Cuando ella ya estaba en el fondo de la cueva mi primo Pepe, que era más bajito que yo, aprovechó un descuido de “Antoñita” en que no estaba alumbrando las paredes y cruzó ante ella, con la cara tapada claro, como un rayo. Ella se quedó rígida. No pude ver la expresión de su cara porque estaba muy oscuro. Le entró tal pánico en el cuerpo que, sin pensárselo dos veces, abandonó la operación.
Para que nos encontrase arriba cuando volviese, subimos rápido por el atajo, tan rápido como la risa nos dejaba. Al llegar arriba mi abuelo esperaba ya, metido en su papel de yayo preocupado por su “nieta favorita” y nosotros pálidos, de la carrera que nos acabábamos de dar. El pobre abuelo, dijo, entre pequeños intentos de risa camuflados con el falso enfado: - Queda terminantemente prohibido bajar a la cueva-. Mi prima no lloró. Solamente preguntó que qué es lo que había allí abajo. El abuelo, lógicamente, no contestó.

A “Antoñita la Fantástica” nunca más se le ocurrió llevar a cabo otra de sus hazañitas. Volvió a jugar al escondite con nosotros. Mi abuelo, mi primo Pepe y yo todavía nos reímos. Lo mejor es que ella todavía no sabe qué es lo que vio esa mañana, y mucho menos para qué mi abuela tira las sobras de la comida por el canal sin fondo al que tanto miedo llegó a coger.


miércoles, 30 de enero de 2008

EL SECRETO DE MI ABUELO

Cuando era pequeña la mayor parte del tiempo lo pasaba en casa de mis abuelos maternos. La casa es el típico edifico antiguo de pueblo: una gran mole situada en el centro de la villa, con muros de blanquizca piedra caliza, grandes ventanales marrones de madera, balcones alargados desde los que ver las procesiones y portones con pesados llamadores de bronce.
La vivienda, una casona del siglo XVII, había pertenecido a una familia noble y el ambiente refinado todavía se podía respirar. Las paredes de las estancias están recubiertas de telas de colores, diferentes todas ellas, con cenefas que van rematando las uniones.
Mis abuelos conservan todavía algunos objetos antiguos de aquella familia noble. Unos candelabros de plata enormes que ocupan toda la chimenea de la sala principal, unas sillas renacentistas, un tapiz gigantesco, colocado en la escalera; y algo que a mí siempre me gustó: unas tinajas de barro cocido de las que mis primos y yo ya nos habíamos cerciorado que no contenían ni una ínfima gota de vino.

De la cocina os puedo decir que hay una especie de canal sin fondo que comenzaba debajo del fogón y en el que, por más que me asomaba y gritaba, ni se veía ni se escuchaba nada. Mi abuela tiraba por ese canal, de vez en cuando, la comida que sobraba. Nunca le pregunté por qué. Tampoco me interesó. Sería un contenedor de basura, pensaba.

El suelo es de madera de nogal ¡y cruje! No os podéis imaginar cómo cruje el maldito suelo por la noche. Los techos son altísimos y, a veces, si surge el silencio (cosa difícil en esta casa) se puede escuchar hasta el eco de un simple parpadeo. Cuando mis primos y yo jugábamos al escondite, siempre adivinábamos dónde estaba el otro porque el chirrido producido al mover una silla sonaba en las estancias colindantes y a mí me era muy fácil, después de haberme recorrido la casa de arriba abajo, saber de dónde provenía ese afortunado ruido.


La casa de mis abuelos, como todas casas de pueblo (y más de estas dimensiones), tiene también su patio y su cueva. El patio es descomunal. De pequeña jugaba a calcular cuántos elefantes cabrían en él y nunca conseguía dar con un número que me satisficiese porque todo se me hacía poco. Las paredes están encaladas. Mi abuela y mi madre siguen con la tradición de blanquearlas cuando va a llegar la primavera. Y la cueva, ¡ay la cueva!. De ella nadie quería hablar nunca.

Como siempre mis primos y yo corríamos casa arriba, casa abajo, vuelta en el patio... otra vez corriendo hacia arriba... y un día, maquinando ideas macabras, decidimos entrar en la cueva. El subterráneo es bastante grande. Nada que ver con una entrada por la que acceder agachado. No. En la de mis abuelos se podía celebrar hasta una boda.
Llevar a cabo nuestra recién ocurrida hazaña no era algo fácil si contamos con que había dos grandes tablones colocados verticalmente en la entrada, de unos dos metros de alto, y que nosotros teníamos ocho años. Mi abuelo, además, nos tenía terminantemente prohibido cualquier intento de asalto al subterráneo. Bajo ningún concepto podíamos hacer lo que un minuto después hicimos. Él decía que abajo había unos gases tóxicos que te hacían enfermar para siempre. Pero nosotros no le creíamos. Sabíamos que había algo más.

Y allí estábamos nosotros, intentando retirar entre los tres uno de los tablones. Cuando por fin conseguimos habilitar un pequeño hueco decidí que entraría yo, por ser la mayor y por ser a quién se le había ocurrido la idea. Con una linterna en cada mano empecé a descender las escaleras. Estaba muy oscuro y, cuanto más bajaba, más frío hacía. Las paredes eran de tierra rojiza y estaban llenas de telarañas. Los pasos retumbaban en el dichoso eco. Impaciente y, a la vez, un pelín temerosa, seguí bajando los escalones. Cuando había recorrido un tercio de la escalera empecé a notar un hedor húmedo, como si hubiese un animal muerto allí abajo, más insoportable cuánto más descendía. Yo había ido preparada y me até un pañuelo para cubrirme la nariz y la boca. Comencé a sentirme sola. Ahora ni siquiera se escuchaba nada de lo que mis primos estaban hablando pero, firme a mis instintos, seguí bajando la escalera que me llevaría a descubrir el secreto que mi abuelo guardaba en esa cueva.
De repente, escuché un ruido. O mis primos me habían seguido el rastro, (cosa difícil porque eran muy miedosos), o allí había alguien más. Pero yo seguí bajando. La escalera era cada vez más ancha y la temperatura había comenzado a subir. Pero el pestilente olor no desaparecía. Otra vez, escuché otro ruido. El instinto me llevó a alumbrar con las dos linternas hacía el frente. Algo se movió. Avance un paso más y me di cuenta de que acababa de pisar algo. Alumbré el suelo y vi, con asombro, un chorizo, unos trozos de pan que crujieron con mi pisada y un charco blanco. -¿No habíamos comido ese día cocido?- me pregunté. Y al levantar la cabeza una figura más pequeña que yo, erguida, cruzó ante mí, sin pararse, como un rayo.
El miedo me recorrió de pies a cabeza, como si hubiese metido los dedos en un enchufe y la corriente se estuviese repartiendo mis miembros. Al final, abandoné la operación.
Subí de dos en dos la escalera. Notaba que las piernas no me daban de sí. El camino de vuelta se me hizo eterno.

Al llegar arriba mis primos estaban asustados y acababan de llamar a mi abuelo. Me vio salir de la cueva. Él estaba pálido y, a la vez, enfurecido. No me preguntó por qué lo había hecho y menos me respondió cuando le pregunté qué había allá abajo. Tan solo se limitó a decir: -Está terminantemente prohibido bajar a la cueva-.
Después, nadie comentó nada de lo sucedido. Mi abuelo tapió la entrada con ladrillos y colocó encima una puerta de madera, vieja y pesada, con varios candados y cerrojos. Ahora sí era imposible entrar, aunque no se me volvió a pasar por la cabeza. Ni a mí ni a mis primos.

Nunca supe ni tampoco quiero saber qué es lo que vi allá abajo. Por lo menos ahora sabía a dónde iba a parar la comida que mi abuela tiraba por aquel canal sin fondo de debajo del fogón.

viernes, 25 de enero de 2008

El silencioso talento, brillar oscuro de la noche, me estremece de placer... Que me caiga la luna para apretarla y exprimir hasta la última gota de su esencia y calmarme la sed...

miércoles, 23 de enero de 2008

LA CAÍDA

Aquella mañana no era una mañana de invierno cualquiera. No llovía, ni hacía viento, ni había nubes... al contrarío; el sol lucía espléndido en lo alto del cielo, cual rey altivo que observa, por encima del hombro, lo que pasa allá abajo. Piaban los pájaros al son de los pasos de la muchedumbre. Y esto no era normal en el pueblo. Las calles del recorrido estaban abarrotadas de gente, expectantes. Esperaban algo, y ese algo estaba al llegar.

A lo lejos se distinguía un grupo, encabezado por tres niños vestidos de blanco portando velas. Ya se acercan. Era raro. Ahora no se escuchaba nada: ni los pájaros, ni el sol susurrar, ni a la gente murmullar... nada.

Al llegar a nuestra altura decidimos incorporarnos al grupo. Era una sensación extraña. Nadie comentaba nada, simplemente anduvimos, como perdidos y guiados a la vez por un señor vestido de morado. Todo era diferente.

Llegamos al jardín. La procesión terminaba allí, o eso creíamos nosotras. Teresa llegaba a su destino y, aunque ella ya no estaba entre nosotros, había hecho notar su presencia durante todo el recorrido del cortejo. Su sencillez, su dulzura y su templanza habían cambiado por completo la orden del día para que todos la recordásemos tal como fue: brillante, calmante e iluminadora.

Nos dimos cuenta de que Teresa estaba a las puertas del paraíso y nosotras, para darle el último adiós, nos subimos a uno de los escalones que prometía ser un futuro nicho. Todo el mundo se estaba despidiendo. Las rosas caían al compás que Teresa descendía.
Nos empinamos, sonó un crujido... perdimos el conocimiento.

Cuando me desperté tenía a mi amiga encima. María llevaba un corsé para corregir su espalda y uno de sus hierros se me estaba clavando en el estómago. Estábamos descentradas. Ahora escuchábamos gritos. Miramos hacia arriba y todo el mundo miraba, al revés que nosotras, hacia abajo. Allí estábamos, tendidas en el fondo de una tumba, una sobre otra, desorientadas sin saber qué pasaba. Y de repente nos entró el pánico. María empezó a hiperventilar y yo no sabía que hacer. Sólo gritar y gritar, aturdidas, pero gritar.

Al rato una escalera se introdujo en el hueco. Fue nuestra salvación. Solo queríamos salir de ahí. La gente nos preguntaba, pero ni María ni yo decíamos nada. Solo queríamos irnos a casa.
A Teresa no le gustaba ser el centro de atención, y esa mañana, lo había vuelto a conseguir. Había desviado todas las miradas hacia nosotras. Ella sólo quería descansar en paz.

Dos días después, María me contó que había soñado con que le enterraban viva. Fue angustioso. No volvimos a hablar del tema.

lunes, 21 de enero de 2008

AL FIN LIBRE

Tras este breve stop bloggero, vuelvo a mi sitio, que es el ordenador. Han sido 5 días solamente, pero cinco días muy intensos: diez horas sin poderte sentar nada más que una hora para comer. Todo el día fuera de casa y casi ni tiempo para mí. Me he dado cuenta de lo duro que es trabajar en algo que realmente no es lo tuyo. Aunque la feria ha dado para mucho: contactos para futuros trabajos, conversaciones en inglés, teléfonos de abogados, algún que otro ligue sin querer, visitas inesperadas como la de la infanta Elena, Álvarez del Manzano o Álvaro Muñoz Escasi... en fin... ha estado bien.



Ahora comienza lo bueno: días de examenes. Pero sobre todo de lo que tengo ganas es de empezar ya, por fin, mi curso de escritura. Este miércoles es mi primer clase (aunque debería ser ya la tercera). Todo lo que vaya escribiendo lo colgaré para que le echeis un vistacillo y me deis vuestra opinión.




Y creo que hoy no doy para más. Mi mente está cansada. Espero volver a mi blog asiduamente, porque esto sí que me gusta.




Os dejo la letra de la BSO de la peli "Tu la letra y yo la música". Quizás sea un pastelón, pero me gusta el sentimiento con el que se canta la canción. Es bonita y representa a muchas personas. Además, en ella sale Hugh Grant :-)




Hasta mañana




WAY BACK INTO LOVE




Ive been living with a shadow over head


Ive been sleepin with a cloud above my bed


Ive been lonely for so long


Trapped in the past, I just cant seem to move on




I've been hiding all my hopes and dreams away


Just incase I ever need them again someday


Ive been setting aside time,to clear a little space in the cornners of my mind






All I want to do is find a way back into love


I cant make it through without a way back into loveo






I've been watching but the stars refuse to shine


Ive been searching but I just dont see the signs


I know that its out there


Theres got to be something for my soul somewhere


I've been looking for someone to shed some light


Not just somebody to get me through the night


I could use some direction, and I'm open to your suggestions






All I want to do is find a way back into love


I cant make it through without a way back into love


and If I open my heart again


I guess Im hopin you'll be there for me in the end






There are moments when I dont know if its real


or if anybody feels the way I feel


I need inspiration, not just another negotiation






All I want to do is find a way back into love


I cant make it through without a way back into love


and If I open my heart to you


Im hopin you'll show me what to do


and if you help me to start again


you know that I'll be there for u in the end




lunes, 14 de enero de 2008

¡CÓMO SE ME PUEDE OLVIDAR UNA COSA ASÍ!

¡CÓMO SE ME OLVIDABA! ¡Que me voy a Nueva York! Muchos ya lo sabeis. Y también muchos ya me han felicitado.

Muchas gracias a todos. Gracias a los que me conocéis, por estar ahí y decirme que soy la mejor (aunque no sea así). Os quiero mucho.

Muchas gracias a los bloggeros que creyeron en mí, que, aun siendo contrincantes en el ring, apostaron por mí y me votaron.

Gracias a los que se interesan y entran en mi huequito en esta inmensa red de datos para ver que es lo que se cuece, y me saludan, y me comentan el post. Estoy loca por encender el ordenador y ver si alguien me ha escrito.

Muchas gracias a Atrápalo por el concurso (ha sido una muy buena iniciativa porque gente como yo, que no teníamos blog todavía, nos hemos lanzado al mundo de las letras de lleno) y sobre todo por el magnífico viaje a Nueva York. Nunca se me va a olvidar. Y también muchas gracias a la Escuela de Escritores, por hacer que crea en mí.

En fin, qué voy a decir. MUCHAS GRACIAS A TODOS.

HA SIDO UN PLACER.

LA SOMBRA DEL CAZADOR


Ayer estuve en el cine. ¿Que qué film fue el afortunado? La sombra del cazador, estrenada el pasado 4 de enero y protagonizada por el polifacético Richard Gere, Terrence Howard y Diane Kruger, entre otros. Una película que recomiendo ver, sin duda.

"El reportero de televisión Simon Hunt y el cámara Duck han trabajado en la zonas de guerra más candentes del mundo: desde Bosnia a Irak, desde Somalia a El Salvador. Juntos han esquivado balas, han enviado partes incisivos y han acumulado premios Emmy. Pero un fatídico día en un pequeño pueblo de Bosnia, todo cambia de repente. Durante una emisión en directo para la televisión nacional, Simon se derrumba. Como consecuencia Duck es ascendido y Simon simplemente desaparece..."

Y hasta aquí, paro de contar. Si quieres saber más, ve al cine. Allí vas a conocer gente, lugares y situaciones sin moverte de una confortable butaca. Además, será un granito de arena para impedir que se cierre una sala más.


La película, además de mostrar la dureza y crueldad de la guerra, es una protesta. Un alegato contra esas organizaciones que se hacen llamar mediadoras, liberadoras de pueblos oprimidos... contra las que no les conviene cazar a alimañas como Bin Laden. Contra esas. Contra las que guardan un as negro debajo de su manga.

Pobre soldadito de plomo, que se vuelve paja al boom de una mina.

miércoles, 9 de enero de 2008

LA VITA É

Cómo pasan los años. Parece que fue ayer cuando llegué a Madrid: sin conocer a nadie, sin saber cómo ni dónde se cogía un autobús, sin saber cómo iba a ser mi nueva vida en la universidad, cómo me iba a ir, si me iba a gustar, si no, si iba a tener muchos amigos... y ni imaginarme trabajar en tantas cosas como he hecho ya. Y ahora, estreno el 2008, con más cosas buenas que malas y pensando en que el tiempo corre veloz.

Desde los 18 el tiempo se empezó a acelerar como si tuviese prisa y yo, sin darme cuenta. A veces me da la sensación de que no aprovecho lo suficiente los momentos o las oportunidades. Cuando lo he vivido, me pregunto: ¿podría haberlo aprovechado más? ¿podría haber dado más de mí? Pero así es la vida. Incierta y a la vez, cierta como ella sola.

Pero en este último mes del año 2007, ya cerrado, me he dado cuenta de muchas cosas. Me he dado cuenta de que la gente tiene algo, siempre, más alla de lo que podemos ver a simple vista, o escuchar pacientemente. Me he dado cuenta de que las cosas no son como se pintan, no son blancas o negras. Las cosas pueden ser también grises y con matices, a veces deseados, a veces odiados.

También me he dado cuenta de que el destino juega un papel muy importante en nuestras vidas, un destino que todos tenemos marcado; y que todo no depende de la buena suerte de las personas. Me he dado cuenta que el trabajo nos hace maduros y que madurar nos hace, también, humanos.

De que no somos los únicos en el Mundo también me he dado cuenta, de que siempre habrá alguien que lo esté pasando peor que yo, que tenga menos que yo, que le quieran menos que a mi.

Me he dado cuenta de que las cosas no se aprecian hasta que no se está al límite o se pierden, de que un "lo siento" a tiempo es mejor que un lamento tardío.

Pero sobre todo me he dado cuenta de que la vida es lo más importante que tengo. Y si puede ser con salud, mejor. Pero la vida... sin vida no hay nada. Sin vida no hay errores, ni premios, ni lamentos, ni besos, ni lloros, ni risas...

Mi vida es vida, y quiero que sea con los demás.